Cannes 2024: crítica de «Oh, Canada», de Paul Schrader (Competición)

Cannes 2024: crítica de «Oh, Canada», de Paul Schrader (Competición)

por - cine, Críticas, Festivales
18 May, 2024 09:17 | Sin comentarios

Richard Gere encarna a un cineasta octogenario y enfermo que es entrevistado para un documental acerca de su vida profesional y personal.

Honesta en cuanto a la conexión que realiza entre personaje y forma, aún cuando eso le juegue en contra narrativa y dramáticamente, OH, CANADA es un intento de Paul Schrader de reflejar los recuerdos de un octogenario cineasta que es entrevistado para una película sobre su vida cuando está muy enfermo y con graves problemas de memoria. Esto implica que sus recuerdos serán tentativos, confusos, repetitivos y contradictorios. Y la película se organiza de ese modo, yendo y viniendo en el tiempo y en las formas, regresando constantemente a la situación de la entrevista en sí, y poniendo al espectador muchas veces en la frágil zona mental en la que el protagonista se mueve.

Se trata de una película difícil, compleja, emocionalmente sentida y con elementos que pueden considerarse autobiográficos. Si bien su carrera es muy distinta a la del protagonista, Schrader es también un cineasta octogenario con serios problemas de salud que se le ha dado por reflejar, adaptando una novela del recientemente fallecido escritor canadiense Russell Banks, las experiencias de un hombre del arte y la cultura que quiere –y no siempre puede– recordar su vida, sus amores, sus traiciones, sus placeres y sufrimientos.

Richard Gere, protagonista de AMERICAN GIGOLO, clásico de Schrader, encarna aquí a Leonard Fife, un célebre documentalista estadounidense que se ha radicado en Canadá desde que decidió negarse a ir a la guerra de Vietman en los años ’60. Es célebre por eso –quizás más que por sus películas– y un par de documentalistas ex alumnos suyos de la universidad deciden entrevistarlo para que cuente su vida. Encarnados por Michael Imperioli y Caroline Dhavernas, estos hoy consagrados cineastas, que Fife quiere pero no respeta del todo, se proponen hacer una entrevista al estilo Errol Morris, con Fife mirando la cara del entrevistador en la cámara/pantalla.

Pero Fife, que está muy frágil de salud con un cáncer terminal, tiene otros planes. Lo que quiere es usar la entrevista para decir unas verdades sobre su vida que contradicen bastante la imagen idealizada que se tiene de él. Lo hace, dice, más para que lo sepa su esposa (Uma Thurman, otra ex alumna suya y compañera de estudios de los directores) que para la posteridad. Y gran parte de la película se irá en ese confuso viaje por los recuerdos de Fife, centrados más que nada en su vida amorosa y personal, y no tanto en lo que respecta a lo cinematográfico o político.

Encarnado en el pasado por Jacob Elordi y a veces por el propio Gere, más allá de las épocas, los flashbacks son un tanto confusos en lo que respecta al tiempo y a los personajes que se conectan entre sí, poniendo en duda cuanto de lo que Fife dice es cierto o no. Su esposa lo quiere cuidar y los cineastas quieren sonsacarle más cosas, pero en algún punto –al menos para los espectadores– sus recuerdos son tan enredados, que por momentos es difícil saber qué es de tal vital importancia para él contar. ¿Serán sus amoríos y traiciones con varias mujeres? ¿O hay algo más serio? Recién sobre el final, cuando su salud aparece al borde del colapso, surgen algunas revelaciones si se quiere «desmitificatorias» que quizás justifiquen todo el combativo proceso de rodaje.

Distinta a la mayoría de sus películas –lejos aquí los protagonistas torturados y religiosos que atraviesan pruebas de fuego simbólicas, bienvenidas las cálidas canciones de Phosphorecent–, OH, CANADA se parece un poco más a MISHIMA, su gran película de los ’80 sobre el escritor japonés. Pero no tiene la salvaje inventiva de aquel film, sino que se refugia en zonas más íntimas y personales, dejando lo social y lo político en un segundo plano. Si bien el espectador, más tarde que temprano, se acostumbra a los saltos y a las repeticiones de lo que cuenta Fife, la sensación que permanece es que tampoco es tan fundamental como todos creen que es.

Lo que sí Schrader transmite a la perfección, bañando al film de ese tono, es la fragilidad física y mental de su protagonista, con un Gere maquillado para lucir casi al borde de la muerte, sin control de algunas de sus habilidades físicas e incapacitado para moverse sin ayuda. Es en el presente algo combativo de la entrevista donde la película recupera lo que pierde en los flashbacks. Ahí uno siente la conexión humana y vital entre el tal Fife y Schrader, un director conflictivo, famoso y mal entendido que llega al final de su vida y trata de expresar sus miedos usando los recuerdos de otros, sea Banks o la criatura inventada por el gran escritor canadiense. Ahí, en ese dolor de seguir viviendo sin querer realmente hacerlo, sintiendo la amorosa calidez de su mujer al lado, OH, CANADA se convierte en un testamento, las memorias de un hombre (o dos o más) que quieren revisar su vida y se dan cuenta de que no pueden hacerlo. O que quizás no quieren…