Cannes 2024: crítica de «Los domingos mueren más personas», de Iair Said (ACID)

Cannes 2024: crítica de «Los domingos mueren más personas», de Iair Said (ACID)

por - cine, Críticas, Festivales
18 May, 2024 08:46 | Sin comentarios

Un joven que estudia en Europa regresa a la Argentina por el fallecimiento de un tío y se reincorpora a la neurótica vida de su familia en Buenos Aires. En la sección ACID.

La ACID es una sección paralela relativamente nueva que ha ido creciendo a lo largo de los últimos años en el Festival de Cannes. Considerada la quinta en importancia tras la sección oficial en competencia, Un Certain Regard, la Quincena de Cineastas y la Semana de la Crítica, se caracterizó hasta ahora por tener mayoría de producciones francesas y una buena cantidad de comedias. En los últimos tiempos se ha «internacionalizado» más y películas como la argentina EL DOMINGO MUEREN MAS PERSONAS es la prueba de ese cambio. Pero lo interesante para analizar acá –al menos en función de la película de Said– es que no han abandonado su gusto por las comedias y un tipo de cine que no es el clásico que circula por festivales. O no tanto.

La de Iair Said, quien dirige y protagoniza, entra dentro del amplio espectro de la comedia judía, con muchos de sus recursos puestos en juego en la relación entre los personajes: neurosis, humor, obsesión por los detalles cotidianos –si son económicos, más aún– y relaciones familiares que parecen sanas en la superficie pero que, si se husmea un poco más, quizás no lo sean tanto. A eso Said le agrega una comedia romántica gay que corre en paralelo y a la vez se cruza con la saga familiar. Es que, en el fondo, LOS DOMINGOS MUEREN MAS PERSONAS es un retrato de su protagonista. Y esos son los mundos que recorre y atraviesa, con evidente dificultad.

Said encarna a David y la historia empieza en Italia cuando se separa allí de su pareja. David vive en ese país hace unos años –está haciendo un posgrado en comunicación– y decide volver a la Argentina con motivo del fallecimiento de un tío cercano y acaso como excusa para salir de su depresión romántica en Europa. En el cementerio se reencuentra con casi toda su familia: su hermana (Juliana Gattas), su prima (la actriz chilena Antonia Zegers) y, especialmente, su madre (Rita Cortese), con quienes rápidamente reconecta. Es evidente que falta el padre y allí nos enteraremos que el hombre está en coma hace ya bastante tiempo.

LOS DOMINGOS MUEREN MAS PERSONAS toma ese reencuentro y esas variadas crisis como punto de partida para narrar una serie de desventuras que vive David en Buenos Aires: aprendiendo a manejar (mal), intentando algún levante (mal), yendo a una accidentada fiesta o saliendo del departamento de su madre en calzoncillos y dejando la llave adentro sin poder entrar. Pero el gran tema, del que se habla poco, es el padre internado en coma. Su madre parece haber decidido desconectarlo del respirador y la situación tensa a todos. ¿Corresponde hacerlo? ¿Es legal? ¿Podemos ir todos presos? Y, sobre todo: ¿qué significa para todos como familia?

Said no ataca el tema directamente sino que, como sucede en estos casos densos, todas las conversaciones y situaciones que se atraviesan en la película parecen excusas para no tener que lidiar realmente con ese espinoso tema. ¿Quién era el padre? ¿Qué relación tenía con David? Lo cierto es que la madre lo adora, lo cuida y lo acompaña permanentemente, pero quizás es hora de dejarlo ir. En ese sentido, se puede ver a toda la película como un recorrido de David tratando de tapar ese vacío emocional que le genera la segura muerte de su padre, una que no alcanza a procesar como debería.

Una comedia de clase media judía porteña –sí, cualquiera que lo sea se sentirá identificado más de una vez; confieso haber sido uno de ellos–, LOS DOMINGOS MUEREN MAS PERSONAS es muy graciosa cuando se propone serlo, especialmente en los cruces, charlas y discusiones que se generan entre sus cuatro protagonistas (Said, Cortese, Gattas y Zegers), sea viajando en coche, en la casa de la madre y hasta en las ceremonias religiosas o tradicionales (además de un entierro hay un seder de Pesaj). La vida romántica de David, en cambio, parece trabada, estancada y le es imposible cortar con el dolor de lo que fue (deja mensajes todo el tiempo) y conectarse con una movida gay local dentro de la que se siente viejo.

La película irá acercándose de a poco, como sin quererlo, a hacerse cargo del literal «muerto en el placard» que la organiza, pero de lo que nadie parece querer hablar. Y al hacerlo, se volverá más triste, dolorosa, melancólica y humana. Para David y para el resto de la familia, lidiar con ese angustiante tema es, de un modo fundamental, una necesidad para salir de ese limbo existencial que todos parecen estar atravesando. La posibilidad de despedirse y de seguir adelante.

Si bien hay muchos espacios para el humor ácido y para presentar personajes bastante egoístas y desconsiderados (el propio protagonista lo es, en muchas ocasiones), a diferencia de su anterior película, el documental FLORA NO ES UN CANTO A LA VIDA, acá la empatía y el cariño pesan mucho más que la ironía y la viveza un tanto cruel que aquel film tenía. Ambas son películas sobre familias, enfermedades y muertes, pero aquí lo que prima en definitiva es la ternura, el amor y los giros que hay que dar para poder ofrecerlos.