Series: crítica de «El oso – Temporada 3» («The Bear»), de Christopher Storer (Disney+)

Series: crítica de «El oso – Temporada 3» («The Bear»), de Christopher Storer (Disney+)

La tercera temporada de la serie se desarrolla con el nuevo restaurante ya abierto y los problemas personales que se generan a partir de las tensiones cotidianas del trabajo. En Disney+ desde el 17 de julio.

Cualquier trabajo, por más excitante que parezca desde afuera, puede tornarse repetitivo, agotador, estresante. Puede ser la redacción de un diario –esa es mi experiencia al menos– o un restaurante, como el que se ubica en el centro dramático de EL OSO. Son trabajos que se hacen contrarreloj, organizados según un esquema que debería ser preciso y eficiente pero no siempre lo es, y en el que los egos se chocan entre sí más de lo humanamente necesario; trabajos en los que tener un «mal jefe» puede arruinar la experiencia de un empleado o generar un constante mal clima laboral.

La tercera temporada de THE BEAR pone el eje en cómo las malas experiencias laborales se replican, cómo los traumas y malos hábitos aprendidos o repetidos en ese tipo de situaciones terminan dominando y complicando las vidas de quienes los atraviesan. Es una temporada que no logra la potencia emocional de la segunda –es más crispada, áspera y desorganizada– pero que mantiene el muy buen nivel y la consistencia que uno ya espera. A su modo, funciona casi como una transición hacia una serie de definiciones que seguramente llegarán en la cuarta.

El primer episodio empieza apenas pocas horas después del caótico final de la segunda temporada –en la que Carmy se quedó encerrado en un enorme freezer en medio de la inauguración del restaurante y tuvo allí una crisis nerviosa que terminó enfrentándolo con todos y con él mismo– e intenta sumar algunos nuevos problemas a los que ya le conocemos. Es que pronto descubriremos que no solo su familia lo tiene traumatizado.

En un episodio que va y viene por distintos momentos de su aprendizaje como chef se verá cómo algunas malas experiencias laborales se han hecho carne en él y hoy las reitera, las sufre y se las traslada a los otros. Reconocerlo no es superarlo, claramente, ya que Carmy (Jeremy Allen White) permanece en estado de estupefacción casi toda la temporada. Pero al menos es empezar a desandar un camino. La temporada lo tendrá a él intentando llevar al restaurante The Bear a la excelencia que él pretende, a la estrella Michelin que supone que merecer. Y para eso hará falta llevar todo al borde de lo manejable: emocional y económicamente.

Carmy quiere que todos los días se cambie el menú y que se compren solo los productos de mejor calidad aún cuando casi ni se usen. Pero hacer eso implica lidiar con su «tío Cícero» (Oliver Platt), que ve que los números no cierran, y con un clima de trabajo ridículamente intenso. Con su «primo» Richie (Ebon Moss-Bachrach) será un griterío permanente y con su segunda –perdón, su sous chef–, Sydney (Ayo Edebiri), se convertirá en una relación a la que podríamos llamar pasivo-agresiva: la trata bien, pero claramente no tiene en cuenta sus ideas. Lo cual lleva a que Sydney, por motivos que se irán viendo, demore más de lo esperado la firma de un contrato que la haría socia del emprendimiento.

La temporada tiene como puntos de tensión lo personal, lo económico, la expectativa por las críticas de los medios y el caos habitual de servir cenas de nueve pasos todos los días con un menú distinto en un clima laboral bastante malo. En el medio, los casos particulares y las tramas paralelas. En el caso de Carmy, su ruptura amorosa con Claire (Molly Gordon), pero los demás tendrán lo suyo también, con padres (el de Syd), madres (vuelve Jamie Lee Curtis), embarazos (Melanie, la hermana de Carmy, está a punto de parir) y los hermanos Fak (Mathy Matheson y Ricky Staffieri) que terminan convirtiéndose en unos agotadores relevos cómicos de la serie, que más que aflojar tensiones terminan acrecentándolas.

Habrá muchos cameos y roles ocasionales (algunos nuevos como John Cena y Joel McHale) y otros ya conocidos (Olivia Colman, los flashbacks con Jon Bernthal, y Will Poulter, entre otros), además de una larga serie de reales chefs invitados que tendrán su momento de gloria en un episodio. Y si bien los ejes narrativos están claramente dispuestos, por momentos la serie abusa de las secuencias de montaje musicalizadas, las idas y vueltas en el tiempo, el tratar de generar tensión a los gritos de una manera un tanto reiterativa (Richie por momentos vuelve a ser el «cabeza» que parecía haber superado) y de un estilo de montaje apresurado que ya dejó de ser original.

Lo mejor de la temporada es cuando baja un cambio y se pone reflexiva y cálida, cuando la cámara recorre la ciudad empapando a la serie de esa Chicago real que la contiene, cuando los personajes toman aire y pueden hablar entre ellos y no solo ladrarse. El episodio 6, dirigido por Edebiri, es el mejor de todos. Es un flashback que nos muestra la vida de Tina Marrero (Liza Colón-Zayas) antes de ser parte de The Beef, el original restaurante de los Berzatto. En su ir y venir buscando trabajo por toda la ciudad y, especialmente, en su emotivo encuentro con el Mikey (Bernthal), THE BEAR saca su lado más humanista, cálido y solidario, el que hace «soportable» la tensión que viven los personajes. Y no solo ellos. Estas escenas son, para los espectadores, las que justifican el estrés de todo lo demás. El mundo puede ser un lugar intenso, violento y problemático, pero si hay lazos que unen a las personas, si hay algo que se puede llamar «comunidad», todo se hace más soportable. Tanto en la ficción como en la realidad.