Festival de Cannes/Estrenos online: crítica de “Nasty”, de Tudor Giurgiu, Cristian Pascariu y Tudor D. Popescu (Max)

Festival de Cannes/Estrenos online: crítica de “Nasty”, de Tudor Giurgiu, Cristian Pascariu y Tudor D. Popescu (Max)

Este documental se centra en la carrera y en la excéntrica y controvertida personalidad del rumano Illie Nastase, uno de los más grandes tenistas de la historia, que fue Número 1 del mundo en los años ’70.

Cómo darse cuenta cuando un documental deportivo no es estadounidense sino europeo, por más que lo produzca HBO? Solo hace falta mirar NASTY, la película sobre la vida, la carrera pero más que nada la excéntrica personalidad de Illie Nastase, el tenista rumano que fue una de las grandes figuras de ese deporte en los años ’70, uno de los que sacó al tenis del lugar recoleto del “deporte blanco” para las elites y lo transformó, al menos por un tiempo, en otra cosa. ¿Cuál es esa diferencia? Un documental estadounidense sería más organizado narrativamente, más prolijo a la hora de contar la historia pero a la vez sería mucho más políticamente correcto y pondría más el eje en muchas de las controversias que tuvo la carrera de Nastase. Uno rumano, en cambio, es un caos en términos narrativos —difícil saber qué torneo, qué año, qué pasó antes o después— pero se toma bastante más a la ligera no solo esos asuntos “complicados” sino la personalidad del tenista de principio a fin.

Nastase era un caos. Un tenista talentoso, brillante, exitoso, mujeriego, irresponsable, combativo, gracioso, patético, nervioso, agresivo y divertido que se transformó en uno de los grandes personajes del deporte en los años ’70. En singles o en dobles con su “hermano mayor” Ion Tiriac, el rumano hacía lo que quería en una cancha pero también cuándo quería. Podía demoler rivales con talento y sin casi entrenar o perder partidos por “default” tras ser sancionado muchísimas veces seguidas. Era, eso sí, natural. Entre los muchos entrevistados que hay en el film el propio Tiriac cuenta que Nastase podía jugar al deporte que quería sin esfuerzo alguno, que era un natural para cualquier cosa. Illie mismo cuenta que iba a ser futbolista y pasó al tenis de un día para el otro sin motivo. Y así como jugaba de modo extraordinario, le era muy difícil controlarse dentro de la cancha.

A diferencia de los actuales jugadores temperamentales —que muchas veces lo vuelven parte de su estrategia—, Nastase no podía evitar ser cómo era: peleador, irritable, caótico. Y otra diferencia importante era que tenía una simpatía tan arrolladora que aún sus comportamientos más agresivos y “políticamente incorrectos” eran tomados con cierta naturalidad. No por todos ni todo el tiempo (pregúntenle a Artur Ashe, a quien llamaba “Negroni”, o a Serena Williams, por algunos comentarios racistas que hizo hace unos años), pero se sabía que era un tipo honesto y sin vueltas (muy del Este de Europa en ese sentido), en una época en la que se podían hacer y decir ciertas cosas sin ir preso por eso.

Lo que NASTY cuenta de una manera excepcional, casi sin quererlo, por la propia lógica de los excelentes materiales con los que cuenta, es la época en la que el tenis pasó de ser ese deporte blanco (literalmente hablando, se vestían todos de ese color como ahora solo se sigue haciendo en Wimbledon), atildado y respetuoso en ese show colorido de pseudo-rockeros de pelo largo que lo incluía a él, a nuestro Guillermo Vilas, Bjorn Borg, Jimmy Connors y John McEnroe, entre otros. Los últimos tres hablan bastante en la película y, si bien todos tuvieron sus conflictos con él, lo adoran. Especialmente Connors, que fue otro de sus grandes amigos en el circuito.

Nastase era un showman, un personaje del entonces llamado jet set, un hombre de la noche y las mujeres, y un tipo que llegaba a la cancha quizás sin dormir demasiado y ganaba jugando parado. Claro que eso limitó su carrera —fue número uno en 1973 y ganó algunos Grand Slams, pero podía haber ganado mucho más—, pero fue el jugador que quiso o que pudo ser. Y la película lo muestra, organizada más que nada por temas y anécdotas, saltando en años y yendo de una final caótica de Wimbledon a otra en el US Open, pasando del 1972 a 1979 y de vuelta a 1975 como si la parte deportiva fuera lo de menos. Ese problema de la película —otro es que se habla de su gran talento para inventar ciertos golpes revolucionarios pero jamás se analiza nada técnicamente— pasa por considerar al tenis casi un asunto secundario en relación al personaje. Fue el medio por el que se comunicó. Casi que podría haber sido cualquier otro.

Lo fascinante pasa por ver cómo este joven rumano, en plena Guerra Fría y cuando el país estaba en lo que se conocía como “detrás de la Cortina de Hierro” (bajo influencia soviética y con el dictador Nicolae Ceausescu al mando), se transformó en uno de los jugadores más populares de un circuito dominado entonces por estadounidenses y algunos representantes de Europa occidental. NASTY habla un poco de esto y se refiere también a algunos conflictos políticos en su país, pero lo dejará en segundo plano en relación al show en sí. El film vende su carisma y acaba convenciéndonos de que por más grosero, maltratador, agresivo o “malhablado” que pudo haber sido, Nastase en realidad era un tipo natural, que se tomaba todo como un juego y que decía las cosas tal como las pensaba de una forma que entonces no generaba tantos problemas como ahora. Y que, finalmente, todos lo adoraban.

Un costado inteligente de la película pasa por tratar de transmitir cómo funcionaba el tenis entonces, una época en la que no se movía tanto dinero como ahora, los jugadores no tenían tantos colaboradores y equipos detrás, donde reinaba la camaradería, las fiestas, las salidas en común y también los conflictos eran más abiertos. Nastase —que es entrevistado en la actualidad pero es uno de los que menos habla— y Tiriac llegaron a dormir en una plaza en Londres para ahorrar dinero, comprar ropa deportiva y después venderla en Rumania para poder vivir. Y son varias las anécdotas que sirven para poner en contexto una personalidad como la de Illie: todo era más relajado, menos profesional, más caótico. De hecho, aún los colegas con los que se peleaba en la cancha decían que era un gran tipo fuera de ella.

“Fue el primero que entendió que el tenis era un juego”, dice uno de los muchos entrevistados que hay en la película, entre los que se cuentan Stan Smith, Billie Jean King, Phil Knight (fundador de Nike), Mats Wilander, Yannick Noah y hasta Rafael Nadal, entre otros. Y la película responde a ese criterio de priorizar el entretenimiento por sobre cualquier otra cosa. NASTY no se toma demasiado en serio al tenis como deporte sino como espectáculo, como show. Quizás era lo mismo que hacía, con humor y naturalidad, el gran Illie Nastase. O, como él mismo decía: “Fui número uno siendo a la vez un poco travieso y disfrutando de la vida. ¿Hay algo más hermoso que eso?»